domingo, 13 de noviembre de 2011




Es una tapadera, shhhh… No quiero contártelo, pero lo ibas a descubrir:

Sonrío primero para evitar que las sonrisas ajenas me pillen desprevenida y me desarmen cruelmente. Me acerco yo, uso cualquier frase, improvisada o no, y marco las pautas. Así es más sencillo.

Llevo la voz cantante porque me aterra quedarme sin voz si me susurran al oído o me embisten sin frenos.

Si yo empiezo, yo acabo, yo dirijo. Al menos de cara a la galería. Nada es tan fácil como elegir que careta vestir de cara a la galería…

Pero no si tú estás presente. Rompes la goma de mi careta, la máscara se cae mientras se desbarajusta mi fachada ¿y tú no lo ves?

Son señales tontas, pequeñas pero importantes a la vez… Sostenme la mirada y no sabré donde meterme, a donde mirar. Guiñame un ojo y olvidaré hasta mi lengua materna.

Y si me sonríes —Dios, que sonrisa— no necesitarás caballos de madera, toda Troya se rinde a tus pies.

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