sábado, 19 de febrero de 2011




Siempre con las astas listas. La cabeza gacha, el cuello tenso, las piernas medio flexionadas y una pezuña removiendo la tierra con rápidas pasadas. Nunca disfrute de la violencia, pero si se trataba de protegerme, no escatimaba en fuerza. Acompañaba la posición de defensa con fuertes resoples de nariz y dos ojos mirando al frente desde abajo. No perdía ojo de un solo detalle, y podía pasar tanto tiempo sin que cambiara de postura. Completamente preparada para embestir en cuanto alguien pretendiera cruzar los alrededores...


La primera vez que nos vimos sonreímos de soslayo, no sé quién primero, y te colocaste junto a mí, haciéndome llegar tu perfume. Lo advertí y recordé para siempre desde la primera olisqueada. Pero sin perder la posición ni un instante, por supuesto. Tú te entretuviste entonces recorriendo mi lomo con encantadoras caricias, riéndote tan cerca de mi oído que las carcajadas vibraban en mi rostro, y rozando mi hocico con suavidad y calma, toda la calma que yo necesitaba. En esos momentos, podía reclinar el morro hacia ti, relajar mi cuello, e incluso detener mi pezuña y dejar de levantar polvo. Aunque eso no cambiaba nada. Nadie tenía permiso para acercarse, ni mostrar intención alguna de hacerlo.