Seguía habiendo polis y cacos (pero tenías que pararte a apreciar quién perseguía a quién), profes y alumnos (atendiendo y enseñando respectivamente), hijos y padres (resultaba ridículo ver a un adulto pulgar en boca y arropado en el carrito), etc. Todo igual, aunque diferente. Yo acababa de despertarme y, entre bostezos, esos pequeños detalles se escaparon a mis atorados sentidos.
Por eso cuando tus labios se plantaron sobre los de ella en lugar de en los míos, fuiste una doble ayuda: lograste espabilarme del todo y a la vez me serviste de aviso para descubrir que el mundo se había dado la vuelta.
Y aunque agradezco tu caballeroso gesto, de haber sabido lo que me depararía esa mañana, aún hoy seguiría entre las sábanas, negándome a salir...