jueves, 4 de abril de 2013

A mi esas cosas no me las cuentes... con cariño.


Hablas y crees que te entiendo, pero te equivocas. Sílabas amontonadas, palabras escondidas entre sonidos retorcidos y oraciones sin principio ni fin para mi. Es otro idioma, eres otro idioma... uno para el que no me educaron en el colegio.

Me pierdo en tu voz, me regodeo en la visión de tus labios en movimiento y acompaso mis divagaciones a tu forma de alargar las vocales. Efectivamente, ni papa de lo que me cuentas.

Pongo cara de interesante e interpreto tus gestos, el brillo de tus ojos, tus manos dibujando recorridos aleatorios frente a mi... Pero no lo hago bien. Sigo sin traducir que dices.

En ocasiones me acostumbro y ya ni finjo. Creo que te comprendo, que nos entendemos, que el contexto de la conversación se aclara y lo sigo sin problemas. Que dejas de ser una amalgama de sonidos cualesquiera pronunciados con voz melosa y que dialogamos en el mismo idioma, el mismo país y el mismo momento.

Pero me las doy de lista y se me olvida que tú y yo no compartimos idioma ni léxico ni orígenes lingüísticos porque cada vez que creo entender una cosa haces la contraria. Cada vez que pienso que te sigo me equivoco de camino. Cada vez que imagino que sientes algo actúas al revés. Tiene que ser el idioma. En la escuela no aprendí lo suficiente para aprobarte.

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